Ella iba ataviada con su abrigo negro, unos elegantes tacones de charol y un vestido tanto inocente como tentador, de un color crema precioso. El pelo, ya despeinado y sin forma, iba recogido en un elegante moño, parecía una señorita victoriana. La elegancia de sus pendientes contrastaba con la rebeldía y el estilo hippie de su dilatador. Sus ojos apenas presentaban sombra ni lápiz. Apenas le quedaba carmín en los labios. La boca le olía a Jack Daniels, rebujado todo con coca-cola light. "Odio la coca-cola normal" le decía a la camarera cuando le fue a pedir su cubata. Y la camarera no la miraba con cara rara. Decía que tenía pinta de ser alguien diferente, no precisamente especial.
Y como Maria Antonieta en Versalles se sintió la reina de la fiesta. Pero en vez de un amplio y pomposo salón de baile con música clásica, estaba en un mugriento antro, que tenía una tarima negra y pequeña y sólo bailaba ella. Y con los Arctic Monkeys de fondo. La banda sonora de sus veinte años.
Just let me dance like i've never done.